martes, 5 de abril de 2011

Hoy en Cuba

Cuba liquida el sueño de “mi hijo el doctor”

Yoani Sánchez/Ámbito Financiero
EL CASTRISMO, OBLIGADO TAMBIÉN A RECORTAR

EL PRESUPUESTO UNIVERSITARIO

Cuando los hijos llegan a esa edad difícil que son los diecisiete años, ya las madres estamos un tanto agotadas por los avatares de su larga adolescencia. Empiezan entonces a cumplirse, o a frustrarse, los sueños de estudios superiores que juntos hemos acariciado. Aquellos que se han pasado el preuniversitario faltando a clases y con la libreta doblada en un bolsillo ven reflejarse el resultado de sus andanzas en el bajo escalafón, que les impide entrar en la universidad. Sin embargo, para quienes estuvieron el mayor tiempo junto a los libros, no siempre el desenlace cumple con sus expectativas profesionales. La prensa oficial acaba de anunciar que este año habrá una importante reducción en las plazas para la enseñanza superior.
Durante varias décadas en Cuba los jóvenes pasaban de manera automática de la enseñanza media a la superior, sin mediar exámenes de ingreso o pruebas de actitud. Eran los años del apuntalamiento económico que llegaba desde el Kremlin y existía la idea que todos debíamos alcanzar un diploma de licenciado en algo. Los trabajos manuales fueron subestimados, y tareas como sembrar la tierra, barrer un parque o reparar un electrodoméstico eran muy poco consideradas socialmente. La profesión a la que más aspiraba la mayoría de los padres -los hijos en general se dejaban llevar por el deseo de sus progenitores- era la de doctor. De ahí que miles y miles de futuros galenos desfilaron por las congestionadas aulas de las facultades de Medicina.



En las salas de las casas podían verse, enmarcados con dorados ribetes, títulos tan increíbles como «Ingeniero en Reacciones Nucleares» de la Universidad de Moscú o «Especialista en Explotación Hidroeléctrica» graduado en Leipzig. Las familias competían entre sí por la especialidad que estudiarían sus retoños, mientras obligaban a los más pequeños a entrar en las aulas de la enseñanza superior. El peor desengaño que podía esperar un padre era escuchar que su joven vástago sólo quería ser enfermero o taxista. Las calles se llenaron de gente con los más altos estudios, pero escaseaban los brazos para hacer las tareas manuales del cada día. La pirámide profesional se invirtió y llegaron entonces nuevos problemas.



Al caernos encima la crisis económica de los años noventa, todo ese desespero por alcanzar un diploma se fue a bolina. Pasó a ser común ver como chofer de un ómnibus turístico al aplicado neurocirujano que hasta hace poco salvaba vidas en una sala de operaciones. Los ínfimos salarios desestimularon a los maestros, ingenieros y académicos a seguir exhibiendo con orgullo el fruto de sus largos estudios. Ante las limitaciones legales para salir del país, los graduados en centros de altos estudios se vieron en desventaja con los técnicos u obreros que sí podían viajar con más libertad.



Otro tanto ocurrió con los sueños paternos en relación con el futuro profesional de sus hijos. En muchos hogares dejó de empujarse a los adolescentes a estudiar en la universidad, para indicarles el camino corto de un empleo manual por el que obtendrían mejores remuneraciones. Se volvió a decir con orgullo «mi hijo es mecánico» o «la niña quiere ser peluquera», pues en labores de ese tipo puede ganarse en un día lo que un sacrificado médico logra en un mes. Algunos hasta les advierten claramente a sus retoños, que ya el diploma no es el fetiche para mostrar a los amigos, sino un fuerte grillete que los ata al trabajo estatal.



Mis amigas prefieren que sus hijos vendan pizzas o hagan labores de costura en una sociedad repleta de profesionales que no encuentran trabajo acorde con sus conocimientos. Les echan en cara si deciden pasarse cinco años estudiando para después cobrar un sueldo menor que el del vecino que es dependiente en un mercado. Los papeles se han invertido un tanto y ahora las abuelas alardean de que el niño se convirtió en cocinero en un hotel, de donde trae todos los días algo de carne y leche. Los diplomas de antaño siguen en las salas familiares, aunque ahora generan más interrogantes que poses de orgullo. Una buena parte de los profesionales, al ver las letras góticas que confirman su alta capacitación, sólo atinan a preguntarse si valió la pena, si tan largo sacrificio ha sido para esto.

(*) Nacida en La Habana en 1975. Desde 2007 escribe en el blog Generación Y, al que el Gobierno cubano le aplicó un filtro informático para que no pueda ser visto en los sitios públicos de internet en Cuba. Ganó los premios de periodismo Ortega y Gasset y María Moors Cabot, y la revista Time la ha incluido entre las cien personas más influyentes del mundo en la categoría «Héroes y pioneros».

No requiere de mi opinion.

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